En mi infancia, que ya pasó hace mucho tiempo, había peluches de juguete que tocabas y sus cabezas empezaban a temblar y asentir durante algún tiempo. Eso me recuerda a la forma en la que muchas mujeres van por la vida, diciendo sí y asintiendo. Lo hacen porque anhelan desesperadamente la armonía o incluso son adictas a ella.

La reina estadounidense de los programas de entrevista, Oprah Winfrey, llamó a este fenómeno tan extendido ‘‘disease to please’’ o ‘‘la enfermedad de complacer’’. Especialmente afectadas se ven las mujeres que aprendieron en su infancia a ser buenas, agradables y adaptativas. Los síntomas de la enfermedad son muy conocidos:

  • A menudo dicen ‘‘SÍ’’, aunque su corazón diga a gritos ‘‘NO’’.
  • Se tragan las emociones, en vez de expresarlas.
  • A menudo se muerden la lengua en vez de ofender a los demás con su opinión.
  • Se reprimen para hacer felices a los demás.
  • Renuncian al derecho de expresar sus deseos y necesidades.

¡Esto resulta contraproducente! Porque las personas que anhelan la armonía a menudo provocan malentendidos o incluso enfado.

Ser siempre amistosa o decir ‘‘sí’’ con una sonrisa comprensiva no necesariamente te hace más popular. Al contrario, hace sentir inseguros a los demás. La gente percibe si la respuesta no es sincera. Y el lenguaje corporal muestra si estás diciendo realmente lo que piensas o no.

Las apariencias engañan

Las personas que anhelan la armonía no tienen relaciones totalmente honestas y abiertas. No solo se engañan a sí mismas, sino también a los demás sin ser conscientes de ello. Detrás de su comportamiento hay en ocasiones un gran deseo insatisfecho de amor, atención y aceptación. Muestran una fachada de amor, paz y armonía, pero en su interior hay una peligrosa burbuja a punto de estallar. Un estallido temperamental o una separación llega a sus compañeros/as de forma inesperada.

Pérdidas por desacuerdo

Una de las principales razones que tienen las mujeres para mantener la armonía a toda costa es el miedo a ser abandonadas o estar solas. Quizá en su infancia tuvieron el valor de decir lo que realmente no les gustaba, pero tuvieron que experimentar con horror que su honestidad tenía consecuencias: quizá las regañaban o las excluían de su grupo o círculo de amigos.

Poner límites

Las personas que anhelan la armonía nunca han aprendido a poner límites. Al contrario. Con su comportamiento envían invitaciones engañosas no verbales para saber qué piensan los demás, o incluso dejan explotar su poder, amabilidad o buenas intenciones.

Por ello, a menudo las personas que buscan la armonía se encuentran agotadas, exhaustas sin un motivo particular. Pero este traspasar los límites mental y emocional está relacionado habitualmente con una drástica pérdida de energía, aunque esto a menudo sucede a nivel subconsciente.

Contar

Barbara Berckhan describe en uno de sus libros a las personas que buscan la armonía como ‘‘coleccionistas de cupones de descuento’’. ¿Por qué? Porque muchas de ellas tienen memoria de elefante. Recuerdan los favores que han hecho a los demás siempre y los van contando. No obstante, lo malo de esto, es que los demás no ven su autosacrificio como tal. No pueden saber lo que pasa por sus cabezas. Y llega un momento en el que es demasiado.  Y hace falta solo una chispa de emociones negativas para que la persona que anhela la armonía explote. Y esto es más destructivo que una crítica a tiempo, una negativa a hacer algo o un sincero ‘‘no’’.

¿Qué hacer entonces?

Si te reconoces como una persona que anhela la armonía, deberías saber que las relaciones no se rompen porque expreses tu frustración o ‘‘des un golpe sobre la mesa’’.                                  Esto es mucho mejor que quedarte callado/a y tragarte la frustración y rabia. Porque a la larga, esto amenaza toda relación. Se trata de abrir la boca y…

  • aprender a decir ‘‘NO’’,
  • decir la propia opinión,
  • poner límites a tiempo,
  • ser fiel a uno/a mismo/a,
  • abandonar el rol de víctima.

No es fácil, ¡lo sé! Pero a la larga tendrás relaciones más felices y armoniosas si no esperas hasta estallar. Créeme, ¡yo sigo practicándolo!

 

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